LA VERDADERA CARA DE LA ANSIEDAD

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Imagínense a ustedes mismos, observando su entorno. Lo primero que ven son sus zapatos, aquellos que te compró tu mamá con descuento y que has usado tantas veces que probablemente ya tengas que cambiar. El asfalto lleno de tierra y algunas piedras que no sabes de donde salieron. La banqueta que aunque tiene poco de ser arreglada, ya se asoma el crecimiento del pasto entre las ranuras de esta. Pasa una persona cerca de ti y agarras tus pertenencias con fuerza mientras desvías la mirada a otro lado. Te empieza a latir el corazón, demasiado rápido y no puedes controlarlo. Aprietas los puños y respiras hondo. Ves la hora en tu celular y sabes que se te está haciendo tarde, pero no puedes evitarlo. No puedes evitar quedarte inmóvil y con ganas de regresar a uno de los pocos lugares donde no te sientes así. Cada que pasa un coche bajas la mirada por miedo a que te volteen a ver, que te griten algo o simplemente se den cuenta de tu presencia. Ves pasar un taxi y tratas de pedirlo, pero algo te lo impide. En este momento tu garganta se empieza a cerrar poco a poco, te truenas los dedos de las manos y te arreglas la ropa. Te tomas un momento para calmarte y te armas de valor para hacerle una señal al taxi que viene por la calle. Cuando éste se para, te sientes triunfante, sin embrago tu corazón sigue igual, tus manos se mueven por sí solas y apenas puedes respirar. Te subes al vehículo y con las manos temblorosas te pones el cinturón de seguridad, si es que hay. Durante el trayecto observas y memorizas todo lo que puedas: la licencia del conductor, los seguros, las puertas, las ventanas, los asientos y miras constantemente la hora en tu celular. No por miedo a llegar tarde a donde sea que vayas, si no para mantenerte consciente en este instante. No dices ni una sola palabra al conductor y esperas llegar a tu destino. Bajas la venta. El aire pega ligeramente en tu cara y brinda el oxigeno que te falta. Tu corazón sigue latiendo rápido y no dejas de preguntarte si estarás bien, si el conductor no te va a secuestrar, si vas a llegar a tiempo, si lo que le dijiste a tu mejor amiga estuvo mal, si deberías hablar más frecuentemente con tus abuelos, si deberías mandarle un mensaje a la persona que te gusta, si vas a empezar el trabajo que tienes que entregar al final de la semana, si deberías hacer ejercicio, si tienes que disculparte con alguien, si te vas a encontrar con personas conocidas fuera del trabajo. Son tantos los pensamientos y preocupaciones que tienes, que no te das cuenta de que ya llegaron. Le das la cantidad exacta al señor del taxi, porque no te puedes permitir ir sin cambio. Te bajas y una vez estás entrando a ese lugar, te relajas. Pero con la relajación viene otra cosa: una migraña que te va a durar todo el día y evitará que te desempeñes como deberías hacerlo. Todo es un ciclo del que es muy difícil escapar, no lo puedes controlar y menos evitar. No tienes una opinión al respecto, te sientes desesperado y triste por ser víctima nuevamente de sentimientos que van más allá de ti.

Esta es la verdadera cara de la ansiedad.