NECESITO IR

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Estoy hasta el cansancio de la rutina, de despertarme entre las 7 y 8 de la mañana para desayunar a las 9; de bañarme a las 10 y hacer mis tareas a las 11, de ir a la escuela a las 12 y salir a las 6; de usar mi computadora a las 7 y de cenar a las 8; de usar nuevamente mi computadora para después dormirme a las 11.

ESTOY HARTA. Estoy harta de ver las mismas cosas, los mismos lugares y a las mismas personas. No es que no aprecie nada de lo que tengo ni a nadie que está en mi vida, simplemente estoy harta. Necesito un cambio, necesito ir a otros lados, conocer nuevas personas, hacer cosas diferentes, hablar otro idioma.

Necesito ir y descubrir quien soy realmente, necesito ir para aprender nuevas cosas, necesito ir para cuidar de mi salud mental, necesito ir y encontrar la motivación para realizar mis sueños porque si sigo en el mismo lugar en el que estoy lo veo dudoso.

Dicen que los millennials tienen esta pasión por explorar y aprender cosas nuevas, de no quedarse encerrados en un solo lugar por siempre. Están preparados y listos para realizar cambios. Yo amo los cambios. Amo mi país, mi cultura y la gente que hay aquí, pero no me basta, quiero amar otros países, otras culturas y otras personas. Creo que el mundo es demasiado grande y que existen tantas cosas que no sabemos, gente extraordinaria que no conocemos.

Hay tantas cosas por hacer que a veces no alcanza una vida para experimentarlas, entonces porqué quedarnos en el mismo lugar todo el tiempo, porqué matar esa sed de conocimiento para satisfacer el conformismo, porqué encerrarnos dentro de cuatro paredes en lugar de salir.

Creo que todos en un punto de nuestra vida necesitamos ir.


SER MUJER EN MÉXICO

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Ser mujer en México no es fácil, vivimos constantemente bajo la mirada del patriarcado. Somos inferiores, no estamos a su altura. Somos culpables de aquello que no pase: un piropo, un chiflido, una nalgada, algún insulto, que nos enseñen el pene sin pedirlo, que nos asalten y que nos violen. No importa cómo nos veamos ni quiénes seamos, nunca estamos a salvo. Caminar por la calle te aterra por el simple hecho de que hay hombres en la banqueta opuesta. No podemos usar la ropa que nos gusta y salir a caminar, tenemos que cubrirnos porque se nos ha enseñado que es la única manera de “protegernos” de los extraños. Porque si estamos usando ropa que muestra un poco de piel, nosotras lo estamos pidiendo a gritos. No podemos disfrutar de maquillarnos o no maquillarnos, porque por ambas recibimos insultos. “Solo las feas usan maquillaje” “Qué asco, no se arregla” “La de la boquita roja” Te tratas de defender y se ríen de ti, porque saben que te da miedo.

Esto pasa en todos lados, no solo en la calle. Pasa en las plazas, en las universidades, en restaurantes e incluso en nuestra casa. Sí, en nuestra casa. Hemos internalizado este comportamiento social, desde pequeños aprendemos a decir cosas como “corres como niña” ó “gritas como niña” ó “le pegas como una niña”. Lo aprendemos en nuestras casas, en la escuela, en el parque y con cualquiera que viva en este país. Porque ser mujer en México es denigrante, es ser menos, es ser estúpida, es ser hormonal, es ser huevona, es ser ilógica, es ser un objeto sexual. Tanto hombres como mujeres viven del patriarcado, porque TODOS hemos dicho alguna vez algo para denigrar a la mujer. Puede ser algo tan sencillo como decir “puta”.

A los 10 años, un compañero me tocó la pompi y orgullosamente se lo dijo a todos. Lo único que pude hacer fue llorar hasta que la maestra me sacó del salón y preguntó qué pasaba. Cuando tenía 12, un niño me agregó en messenger y después de platicar por unos minutos, me mandó foto de su pene. A los 14 un compañero me dijo puta por el simple hecho de defender a una amiga. A mis 15, un tipo me tomó una foto y se burló de mi con sus amigos. A mis 16 años, un limpiavidrios se acercó a mi ventana y descaradamente me dijo “¿Eres caperucita? Porque te va a comer el lobo”, lo dijo en frente de mi papá. A mis 17 mi maestro de química, nos tomaba fotos de las piernas y nos grababa durante presentaciones. Simplemente el otro día entrando a la universidad, un tipo me volteó a ver y dijo “que buena”. ¿Creen que es divertido? NO LO ES. Es nefasto, es asqueroso, da miedo y lo peor de todo es que al final del día te sientes culpable. Porque eso es lo que nos han enseñado.


32 ESTRELLAS

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32 estrellas son las que cada noche sin falta cuento desde mi recámara. A pesar de tener una visión muy pequeña del cielo nocturno siempre entre las 9 y 10 de la noche cuento las estrellas. ¿Porqué lo hago? No tengo idea, es algo que hago por impulso. Pero lo que sí sé es que no importa cómo haya estado mi día, bueno o malo, divertido o aburrido, siempre que cuento las estrellas todo se siente tan tranquilo. Probablemente sueno muy poeta y tal vez un poco exagerada, pero así es como me siento. Es algo que hago desde que estaba en secundaria y a veces me da risa porque parece que me sacaron de una pintura de siglos pasados.

Mi rutina es la misma de siempre: primero me pongo una pijama o algo cómodo, después apago la luz y espero a que nadie se de cuenta de lo que hago. Por que es un momento íntimo entre ellas y yo. Me asomo y sé que veré unas 5 o 6 estrellas muy potentes y empiezo a contar. Las demás se esconden a primera vista, probablemente sea la contaminación o la cantidad de luz pública que hay a mi alrededor, pero aún así las puedo ver. Tienes que poner mucha atención para lograr contarlas todas o al menos las que más puedas. Las 32 que he llegado a contar. Una vez que termino de contarlas, tomo aire fresco y las observo por última vez. Es como si me estuviera despidiendo de aquel día y empezara desde cero para el día siguiente.

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Muchacha en la ventana – Salvador Dalí.


LA VERDADERA CARA DE LA ANSIEDAD

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Imagínense a ustedes mismos, observando su entorno. Lo primero que ven son sus zapatos, aquellos que te compró tu mamá con descuento y que has usado tantas veces que probablemente ya tengas que cambiar. El asfalto lleno de tierra y algunas piedras que no sabes de donde salieron. La banqueta que aunque tiene poco de ser arreglada, ya se asoma el crecimiento del pasto entre las ranuras de esta. Pasa una persona cerca de ti y agarras tus pertenencias con fuerza mientras desvías la mirada a otro lado. Te empieza a latir el corazón, demasiado rápido y no puedes controlarlo. Aprietas los puños y respiras hondo. Ves la hora en tu celular y sabes que se te está haciendo tarde, pero no puedes evitarlo. No puedes evitar quedarte inmóvil y con ganas de regresar a uno de los pocos lugares donde no te sientes así. Cada que pasa un coche bajas la mirada por miedo a que te volteen a ver, que te griten algo o simplemente se den cuenta de tu presencia. Ves pasar un taxi y tratas de pedirlo, pero algo te lo impide. En este momento tu garganta se empieza a cerrar poco a poco, te truenas los dedos de las manos y te arreglas la ropa. Te tomas un momento para calmarte y te armas de valor para hacerle una señal al taxi que viene por la calle. Cuando éste se para, te sientes triunfante, sin embrago tu corazón sigue igual, tus manos se mueven por sí solas y apenas puedes respirar. Te subes al vehículo y con las manos temblorosas te pones el cinturón de seguridad, si es que hay. Durante el trayecto observas y memorizas todo lo que puedas: la licencia del conductor, los seguros, las puertas, las ventanas, los asientos y miras constantemente la hora en tu celular. No por miedo a llegar tarde a donde sea que vayas, si no para mantenerte consciente en este instante. No dices ni una sola palabra al conductor y esperas llegar a tu destino. Bajas la venta. El aire pega ligeramente en tu cara y brinda el oxigeno que te falta. Tu corazón sigue latiendo rápido y no dejas de preguntarte si estarás bien, si el conductor no te va a secuestrar, si vas a llegar a tiempo, si lo que le dijiste a tu mejor amiga estuvo mal, si deberías hablar más frecuentemente con tus abuelos, si deberías mandarle un mensaje a la persona que te gusta, si vas a empezar el trabajo que tienes que entregar al final de la semana, si deberías hacer ejercicio, si tienes que disculparte con alguien, si te vas a encontrar con personas conocidas fuera del trabajo. Son tantos los pensamientos y preocupaciones que tienes, que no te das cuenta de que ya llegaron. Le das la cantidad exacta al señor del taxi, porque no te puedes permitir ir sin cambio. Te bajas y una vez estás entrando a ese lugar, te relajas. Pero con la relajación viene otra cosa: una migraña que te va a durar todo el día y evitará que te desempeñes como deberías hacerlo. Todo es un ciclo del que es muy difícil escapar, no lo puedes controlar y menos evitar. No tienes una opinión al respecto, te sientes desesperado y triste por ser víctima nuevamente de sentimientos que van más allá de ti.

Esta es la verdadera cara de la ansiedad.